Por Sensei Alonso Rosado Sánchez
Algunos Hechos en la Vida y Obra del Maestro
Este es el último escrito que publicó en vida Sensei Alonso Padre (1940-2022).
Fiel a su estilo nos habla de manera extensa acerca de un personaje clave del Arte Marcial, en este caso el Maestro Funakoshi Gichin, padre del Karate contemporáneo y en derredor a su biografía exalta valores ejemplares que subrayan la vocación humanista de su autor, salpicando su prosa con consejos de vida que él continuamente expresaba a todos quienes tratamos de seguir su ejemplo: estoicismo y sacrificio personal en pos de un ideal más grande que uno mismo, entrega total para dejar un legado digno de ser preservado:
El tifón soplaba fieramente sobre la isla de Okinawa con vientos de ciento cincuenta kilómetros por hora. Ramas tronchadas de árboles y guijarros de todos tamaños volaban por los aires en medio de una lluvia pertinaz que caía sobre la tierra como si estuviera hecha de clavos. Todos los habitantes de la isla se habían refugiado en sus hogares, rodeados por altas vallas de piedra y las tejas en sus techos aseguradas con argamasa en previsión de un evento como ese. He dicho que “todos” los habitantes de la isla habían tomado cobijo en sus hogares, pero sería más exacto decir que “casi todos”, pues un joven de 20 años de edad, que apenas alcanzaba los 1.52 Mts. de estatura, permanecía en el techo de su casa, en la calle Wakamatsu – Cho, sosteniendo con ambas manos un “tatami” (estera rectangular rellena con paja de arroz) que medio lo protegía del rugiente viento. Su cabello, arreglado como el de un luchador de Sumo, atravesado por un pequeño alfiler de plata, denotaba que era un “Shizoku”, es decir, miembro de una familia noble de la isla. Había adoptado la posición de Hachihi – dachi, que cualquier practicante de Karate identifica como la más estable de todas las posturas de ese Arte Marcial y, colocándose de lado detrás de tatami desafiaba, con los dientes apretados y la mirada fiera, la tormenta.
Por su cuerpo musculoso y cubierto sólo por un taparrabos, lleno de lodo, se adivinaba que había caído varias veces del techo, pero que con bravía determinación había vuelto a subir. Se podría decir, por su aspecto, que era uno de los guardianes de los reyes-dioses de la isla. El joven que de ese modo afrontaba la tormenta se llamaba Funakoshi Gichin y estaba destinado a ser una figura central en la expansión del Karate-Do en el mundo.
Funakoshi Nació en Shuri, Okinawa, prematuramente (“siete mesino”, diríamos en nuestro lenguaje cotidiano), el 28 de octubre de 1868 (algunos de sus biógrafos dan como fecha de su nacimiento el 10 de noviembre de 1868), el mismo año en que dio comienzo el llamado “Periodo Meiji” de julio de 1912, época en la que los Samurai y muchas familias privilegiadas perdieron, por decreto gubernamental, muchas de sus prerrogativas. En el caso de los Samurai, su derecho a portar armas en público.
Era por naturaleza débil y enfermizo. Sus padres pensaron, acertadamente, que la práctica del Karate lo fortalecería. Funakoshi se había hecho gran amigo de uno de sus compañeros de la escuela primaria y los papás de aquél, sabedores de que el padre de éste, “conocía de Karate” hablaron con él para que aceptara como alumno a Funakoshi. Aceptó gustoso y, a mi juicio, esto es una muestra de cómo el destino teje de una forma maravillosa sus redes, pues el padre del compañero de escuela del niño Funakoshi, resultó ser Yasutsune Azato, uno de los grandes maestros de Karate en la isla de Okinawa, diestro también en esgrima japonesa (Kendo) y en arquería (Kyudo). No mucho después comenzó a recibir lecciones del también maestro Yasutsune Itosu (el primer nombre de ambos era el mismo).
En cierta memorable ocasión el maestro Azato tuvo que aceptar un duelo con Yorin Kanna, uno de los más famosos maestros de la espada en Okinawa. Cuando atacó al maestro Azato, quien se encontraba desarmado, con su filosa espada, quedó verdaderamente sorprendido cuando el maestro Azato no solamente evadió el ataque de Kanna sino que, con un veloz movimiento de su mano sujetó a éste y lo hizo arrodillarse. Cuando, más tarde, Funakoshi pidió al maestro Azato que le contara cómo había ganado, éste le confió: “Se trata de un gran maestro de la espada, muy diestro en su arte. Debido a que tiene el aura de ser indomable y de no tener miedo de nada, desde el comienzo de un encuentro, su adversario ya se encuentra aterrado y entonces le es fácil a él matarlo, pero si el oponente rehúsa asustarse y permanece con la cabeza fría, encuentra la inevitable brecha en la defensa de Kanna y la victoria sobre él es fácil. Funakoshi comentó luego que esta enseñanza de su maestro, al igual que el resto de su guía, había sido de gran valor para él.
El Maestro Azato acostumbraba decir que el conocimiento de la habilidad de un oponente y sus habilidades técnicas constituían la mitad del triunfo, haciendo eco, así, del antiguo consejo chino: “El secreto de la victoria es conocerse tanto a uno mismo, como al enemigo”. Tanto Azato como el otro maestro de Funakoshi, Yasutsune Itosu, eran sencillos y humildes y ambos atribuían a su inexperiencia y juventud los hechos “heróicos” que les eran atribuídos y los consideraban “actos salvajes”, producto de su falta de experiencia en la vida. El maestro Funakoshi afirmaba que si no hubiera recibido de ambos Maestros más que el ejemplo de modestia y humildad que los caracterizaba, eso hubiera sido más que suficiente.
Del Maestro Yasutsune Itosu se cuenta lo siguiente: en cierta ocasión estaba a punto de entrar a un restaurante en el distrito de Naha, cuando fue atacado desde atrás por un joven fornido, quien le dirigió un golpe, que el consideraba certero y fuerte, a la parte media de su cuerpo. El Maestro endureció los músculos de su estómago para resbalar el golpe y al mismo tiempo sujetó la muñeca derecha de su asaltante con su propia mano derecha.
Sin siquiera ver a su asaltante, lo arrastró al interior. Entonces le pidió a la asustada mesera que trajera un poco de vino para ambos; luego jaló al joven hasta colocarlo frente a él, por primera vez le dirigió una mirada, sonrió y le dijo: “No sé por qué me tiene usted tan mala voluntad, pero vamos a beber juntos un poco de vino”. El asombro y terror del joven frente a tal conducta puede fácilmente ser imaginado.
Algo que compartían los dos maestros, además de su destreza en el arte del kara- te, era su universalidad y su falta de “celos profesionales” en relación con el aspecto formativo de sus alumnos. Así, le presentaron a Funakoshi a varios maestros de karate Okinawenses y le urgieron a tomar sus puntos fuertes, estudiando con ellos durante un tiempo. De esta forma, aprendió también de los maestros Kiyuna, Toomo de Naha; Niigachi, Arakaki y Matsumura, todos ellos famosos por su habilidad en el Arte y sus extraordinarias cualidades personales. Tanto el Maestro Azato como el Maestro Itosu fueron discípulos del Maestro Sokon Matsumura, quien actuara como guardaespaldas de los últimos reyes de Okinawa.
El Maestro Funakoshi constituyó un soberbio ejemplo de un hijo de familia Samurai nacido al comienzo de la Era Meiji, que, viviendo, hasta la época contemporánea, observó siempre con exactitud el código de conducta Samurai. Siempre fue leal a su esposa, a pesar de que estuvo separado de ella por veinte años y en dos ocasiones en que se vio obligado a usar el Karate para defenderse, se sintió muy contrito y afirmaba que con ello había manchado las leyes del cielo a las que hacía alusión el Confucionismo.
Durante su infancia y primera juventud, Funakoshi sufrió debido a que su padre dilapidó en bebida gran parte de la fortuna familiar. En este punto, tal vez sería conveniente recordar el dicho de un gran sabio y hombre de ciencia norteamericano: “Con lo que se sostiene un vicio podría mantenerse a dos niños.”
Por muchísimo tiempo rigió en Okinawa la veta, impuesta desde Japón, de practicar Artes Marciales; pero, como ocurre con las cosas impuestas, los seguidores de aquellas se las arreglaron para seguir adiestrándose en ellas durante las noches obscuras o cuando solamente alumbraba la luna, sin importarles la estación o las circunstancias y sacaron provecho de ello, pues se acostumbraron a practicar en el mayor sigilo, aún en medio de la más completa obscuridad.
En el año de 1891 la prohibición en Okinawa de practicar Artes Marciales en Okinawa fue abolida y, como ya no era necesario ejecutarlas en la oscuridad de la noche, en parajes conocidos únicamente por sus seguidores, el Karate se volvió una actividad cultural enseñada en las escuelas públicas. A esto ayudó mucho el auge del militarismo en Japón. Uno de los Maestros de Funakoshi, Itosu, creó las katas llamadas Pinan, convertidas luego en Heian (Paz y Serenidad). Siguiendo su ejemplo, Funakoshi comenzó a enseñar a los niños de las escuelas elementales sus propias creaciones, las katas Taikyoku.
En aquel Entonces no se usaba la palabra “Karate”, sino que para referirse a él se usaba el término “Okinawa–te” (Mano de Okinawa), “Tode”, o simplemente “Te”. Para simplificar, en este artículo usaremos la palabra ¨Karate¨ para referirnos a ese bello y poderoso Arte Marcial.
En 1906, Funakoshi, Itosu, y algunos de sus compañeros integraron un grupo que tendría como objetivo realizar demostraciones para dar a conocer el Karate de Okinawa en lugares en los que no se supiera nada o casi nada del mismo. Con ese objetivo visitaron Kioto, Japón, en 1916, en donde realizó una demostración de su Arte en el Butokuden, que era entonces en Japón el centro oficial de todas las Artes Marciales. Por aquel entonces, Funakoshi era Presidente de Okinawa Shobukai (Asociación Marcial de Okinawa.) Como gustó mucho lo que hizo, fue invitado por el Departamento de Educación de Okinawa a presentar el arte local de Okinawa, el Karate, en la capital japonesa. Funakoshi, desde luego, aceptó gustoso.
Era el final del año 1921 y el Ministro japonés de Educación anunció que la demostración tendría lugar la siguiente primavera, 1922, en la Escuela Normal Superior para Mujeres en Tokio, Japón. Cuando ese año llegó, Funakoshi se presentó como invitado en la Primera Gala Gimnástica Nacional, organizada por la Dai Nihon Butokukai. Su demostración fue un éxito y Funakoshi decidió dar a conocer y expandir el Karate en las islas principales de Japón, tomando antes un respiro en su natal Okinawa. Pensó razonablemente que allá, en Japón, el Arte sería mejor recibido con un nombre diferente. Entonces, lo que hasta entonces fue conocido como “To-Te”, “To-De”, “Tuidi”, “Ryukyukyu Kempo” u “Okinawa Te” (Mano de Okinawa), fue llamado, en ese año de 1922, con el nombre moderno de KARATE-DO (CAMINO DE LA MANO VACÍA), que suena más japonés y menos chino. En mi concepto, la decisión del Maestro Funakoshi de cambiarle el nombre a ese Arte Marcial, fue más que acertada porque, además de las connotaciones fonéticas alude, por una parte, a que el practicante bien adiestrado es capaz de defenderse con las manos vacías y, por otra, al Vacío del Zen, Filosofía que preconiza la ausencia total de ideas preconcebidas. Además, el Do nos habla del Ideal del Verdadero Karateka que realiza las virtudes y valores de su arte como modo de vida.
Se preparaba Funakoshi para regresar a Okinawa a tomar el descanso mencionado cuando, lo visitó ni más ni menos que el Maestro de Judo Jigoro Kano, Presidente de la Asociación Kodokan de Judo, ya muy famoso en esa época y le preguntó a Funakoshi si estaría dispuesto a dar una breve conferencia seguida por una demostración a sus estudiantes. De inmediato aceptó Funakoshi y le pidió a Shinkin Gima que fuera su asistente en la demostración, cosa a la que éste accedió gustoso. Gima era también nativo de Okinawa, Karateka de primer orden, quien había practicado intensamente el Arte antes de que dejara Okinawa para irse a estudiar a Tokio en la Escuela Shoka Daigaku, que se convertiría luego en la Universidad Hitotsubashi.
Luego de la demostración el Maestro Kano, muy impresionado, le preguntó a Funakoshi cuánto tiempo tardaría él en ejecutar correctamente la kata (forma) que le había visto ejecutar en la demostración. “Al menos un año”, replicó éste. “¡Ah,” dijo Jigoro Kano, “Es demasiado tiempo, ¿podría usted enseñarme sólo algunos de los movimientos básicos?”. Prontamente accedió Funakoshi y fue así como esas técnicas pasaron a formar parte de las Katas superiores del magnífico Sistema de Judo Kodokan, con el nombre de “Atemi Waza”. A su vez el Judo dio al Karate el sistema de grados por cinturones de colores (Kyu-Dan), la base para los uniformes más ligeros y varias de las técnicas de barrido al pie inspiradas en el “De Ashi Harai” y el “Osoto Gari”, refinando además algunas de las técnicas de lanzamiento que ya exisíian en el “Tegumi” (Lucha de Okinawa) y que el Sensei Funakoshi había incorporado a las Katas (Formas.)
Desde entonces, siempre que Funakoshi pasaba por enfrente del edificio de la Escuela de Judo Kodokan, se quitaba el sombrero y hacía una cortés reverencia hacia ella, demostrando así el respeto y admiración que sentía hacia ese Arte Marcial y hacia su fundador, Maestro Jigoro Kano. De esta manera proceden los grandes, así son las almas nobles: Nunca hablan mal el uno del otro, sino que aprovechan cualquier oportunidad para mostrar la consideración recíproca que existe.
Nuevamente estaba el Maestro Funakoshi realizando los arreglos necesarios para regresar a Okinawa, cuando una mañana recibió la llamada del pintor Hoan Kosugi. Le dijo que algún tiempo atrás había estado en Okinawa, como parte de una expedición relacionada con la pintura y había presenciado allá una demostración de Karate que le había impresionado mucho; tuvo la intención de aprender ese formidable Arte, pero en Tokio no pudo encontrar ni maestros ni libros de instrucción. ¿consideraría, le preguntó al Maestro Funakoshi, permanecer un tiempo más en Japón para darle a él instrucción personal? Así que una vez más el Maestro aplazó su partida y comenzó a dar lecciones al grupo de pintores del Club Tabata Alamo del que Kosugi era presidente.
Luego de cierto número de sesiones, una mañana surgió en Funakoshi la idea de que, si quería que la mayor cantidad de personas en Japón conocieran el Karate, él era la persona indicada para enseñarlo y Tokio era el lugar preciso para comenzar. Así que les escribió a sus maestros Azato e Itosu dándoles a conocer su idea. Ambos Maestros le respondieron con cartas en las que asentían y le daban ánimo para acometer la empresa, advirtiéndole al mismo tiempo que la tarea no sería fácil y que le esperaban tiempos difíciles.
Los Maestros tenían razón. Funakoshi se trasladó a Meisei Juku, un dormitorio para estudiantes de Okinawa, localizado en el área Suidobata de Tokio, donde le permitían utilizar la sala de lectura del dormitorio como Dojo, siempre que no lo estuvieran usando los estudiantes. En esa etapa de su vida, Funakoshi tuvo mucho de misionero. El dinero resultaba para él un problema crítico, no tenía nada y su familia en Okinawa tampoco, por lo tanto, no podían enviarle ninguna suma. Por otra parte, tampoco podía conseguir patrocinadores, pues el Karate era virtualmente desconocido en Japón por aquella época.
En el dormitorio para estudiantes de Okinawa, Funakoshi rentó un cuartito y para pagarlo realizaba toda suerte de trabajos: vigilante, barrendero y jardinero. A fin de ayudarse para comer lo suficiente, persuadió al cocinero del dormitorio a tomar lecciones de Karate con él y a cambio el cocinero le hacía un descuento cada mes en su cuenta de la comida.
Era una vida dura, pero cuando Funakoshi la recordaba, pensaba que fue buena. Había momentos luminosos, sin embargo. Cierto día, el reportero de un periódico importante apareció en el dormitorio y preguntó por Funakoshi Gichin, Maestro de Karate, como éste, pequeño y mal vestido, se encontraba barriendo el jardín, el reportero, claro está, lo tomó por un sirviente. “Un momento, señor,” dijo Funakoshi y fue a su cuarto para vestirse con su kimono formal, luego se presentó ante el reportero; “¿Qué hace?”, inquirió éste. “Yo soy Funakoshi Gichin”, contestó aquél. En su libro “Karate-Do, My Way of Life” dice: “Nunca olvidaré la expresión de asombro en el rostro del reportero cuando comprendió que el jardinero y el Maestro de Karate eran la misma persona”.
En otra ocasión, uno de los sirvientes “altos” en la casa del Barón Yasuo Matsudaira, que pertenecía, desde luego a una importante familia japonesa, y que vivía, mientras estudiaba, en un dormitorio contiguo al de Funakoshi, se presentó ante Funakoshi: “He venido” dijo el sirviente, “a traer, a nombre de mi señor, esta pequeña muestra de gratitud al viejo que barre todos los días el frente de nuestra puerta, ¿podría usted entregársela?”. Al decir esto, y sin saber con quién estaba hablando, le extendió a Funakoshi una caja de dulces.
El final de la historia vino años después, cuando el mismo sirviente visitó nuevamente a Funakoshi para disculparse por haberse referido a él como “al viejo que barre todos los días el frente de nuestra puerta”. “Por aquella época”, añadió, “yo ignoraba por completo que usted era Gichin Funakoshi, el notable y gran experto en Karate.”
Ciertamente, los terrenos del dormitorio requerían mucha atención, porque los niños iban a jugar a ellos y los dejaban maltratados, a pesar de que Funakoshi les decía que estaba bien que se divirtieran, pero que no los abandonaran en tan mal estado. Cierto día, uno de los niños, pequeño diablillo, lo llamó “Karasu-uri” (Serpiente-calabaza) y los demás niños a coro lo repitieron. Él no comprendía por qué lo habían llamado así hasta que se miró al espejo y notó el parecido.
En la mente de un pequeño, se parecía a una serpiente-calabaza. Cuando entendió esto, Funakoshi rompió a reír estrepitosamente. A mi juicio, aquí el Maestro dejó otra lección para todos y para la posteridad: ¡Ay del hombre o de la mujer que se toman a sí mismos o mismas demasiado en serio! Sufrirán mucho en la vida y aprenderán por la fuerza lo que no han querido hacer de buen grado: saber reírse de sí mismos o mismas y de sus errores.
Para sus estudiantes, Funakoshi era el experto en Karate, mas para el sirviente del Barón Matsudaira era “El viejo que barría cada mañana el frente del dormitorio” y para los niños, “La serpiente-calabaza”.
Un día, tuvo Funakoshi la necesidad de empeñar algo para sobrevivir. Buscó entre las pocas cosas que tenía y encontró un viejo sombrero-hongo y un kimono que había traído de Okinawa, tejido a mano. Los envolvió cuidadosamente y fue a una casa de empeño distante, distante, porque no quería que nadie en el dormitorio se enterara de sus penurias económicas. Se sintió avergonzado de mostrar esos objetos al empleado de la casa de empeño, pues aún él los consideraba muy usados y sin ningún valor, pero el empleado los tomó y fue a la trastienda para hablar con el propietario.
Funakoshi pudo entonces escuchar que los dos hombres hablaban en susurro. Finalmente, el empleado reapareció y le entregó una grande y sorprendente suma de dinero por las dos cosas que había llevado Funakoshi a empeñar. Éste estuvo perplejo largo tiempo por aquel suceso hasta que más tarde se enteró de que el hermano menor del dependiente era uno de sus estudiantes de Karate. De ésta y de otras parecidas maneras pudo Funakoshi pasar esos tiempos difíciles. Cuando los meses transcurrieron, las cosas empezaron a mejorar para Funakoshi, porque más y más alumnos llegaban para entrenar con él. Muchos eran ejecutivos “de cuello blanco”, quienes después de concluir por la tarde o por la noche sus labores, iban con él para recibir instrucción de Karate.
Cierto día, el profesor Shinyo Kasuya, del Departamento de Lengua y Literatura Alemanas de la Universidad de Keio llegó a ver a Funakoshi junto con otros dos miembros de la Institución y otros estudiantes de la misma y le dijeron que deseaban estudiar Karate con él. No mucho después la Universidad formó un grupo para aprender el Arte, integrado por profesores y alumnos. Ese fue el primer contingente de Karate establecido en una Universidad de Tokio. Así que entonces, aparte de enseñar en su Dojo, Funakoshi iba con regularidad a dar instrucción a los alumnos en la Universidad de Keio. Pronto, miembros de otra universidad, Takushoku, que no estaba lejos del dormitorio en donde pernoctaba y trabajaba Funakoshi, empezaron a llegar.
Una mañana, en medio del trabajo que aumentaba, se presentó en el dormitorio de Funakoshi un caballero muy bien vestido escoltando a un jovencito enfundado en su uniforme de escuela y solicitó una breve demostración de Karate. Funakoshi accedió gustoso y después de la misma, el joven, entusiastamente dijo que estaba resuelto a estudiar el Arte. Resultó que el caballero era Kichinosuke Saigo, miembro de una aristocrática familia el cual, al terminar la terrible Segunda Guerra Mundial, había sido elegido miembro en la Casa de Representantes de su país y el jovencito estudiaba en una escuela de la nobleza.
Determinado a aprender Karate de Funakoshi, se alojó en la casa de asistencia Togo Kan porque se encontraba cerca del Dojo. Funakoshi habló entonces con el propietario de la Casa Togo Kan y le dijo que tenía un pensionado aristócrata. Éste se sorprendió mucho al saberlo e hizo arreglos para que el joven se mudara a otra casa de asistencia situada en Myogadani, pues la consideraba más limpia y adecuada para el joven, hijo de un noble como era. Aquél joven, durante varios años, hizo viajes diarios a su escuela y luego al Dojo de Funakoshi.
Después del interés por el Karate demostrado en las Universidades de Keio y Takushoku, los alumnos de Funakoshi aumentaron en número a grandes saltos. Entre otros, se contaban los estudiantes de Waseda, Hosei, el Colegio Médico Japonés, la Primera Escuela Superior, la Universidad Imperial de Tokio, la Universidad de Comercio de Tokio y la Universidad de Agricultura de Tokio. Los grupos de estudio para el Karate iban estableciéndose en escuelas de educación superior. Uno de ellos se integró en el Colegio Nikaido de Educación Física.
El Sensei Funakoshi fue invitado también a dar instrucción en academias militares y navales. Él se sentía gratamente impresionado al recibir la visita de muchos padres que iban a darle gracias por que sus hijos que habían estudiado con él se habían convertido en seres humanos fuertes y saludables, respetuosos del prójimo y de sí mismos. Ahora, el Sensei Funakoshi tenía muy poco tiempo para barrer los pisos y limpiar el jardín de los dormitorios donde se hospedaba y tenía su Dojo, en Meisei Juku, Tokio, y tampoco tenía ya la necesidad drástica de hacerlo.
Como no podía darse abasto, sus alumnos más adelantados lo ayudaban dando instrucción en aquellos sitios a los que el Maestro no podía llegar sino esporádicamente. Un día, el propietario de la casa de empeño que tan generoso había sido con él, lo visitó porque iba a irse de Tokio y antes quiso despedirse. “Hace ya mucho tiempo que usted estuvo en mi tienda. Yo temía que usted estuviera enfermo, pero ahora me siento aliviado al comprobar que se encuentra tan bien y lleno de ánimo.”
La esposa del Maestro Funakoshi permanecía en Okinawa, aunque el hijo mayor de éste y sus dos hijos menores estuvieran ya en Tokio. El Maestro Funakoshi había decidido no regresar a Okinawa hasta que no hubiera completado su tarea de dar a conocer el Karate en todo Japón. Entonces le escribió a su esposa para que se reuniera con él en Tokio. Ella firmemente se rehusó.
En la religión de Okinawa, un elemento importante era la veneración a los ancestros y su esposa, Budista devota, no concebía tener que mover la tumba ancestral a un lugar desconocido. En su respuesta a la petición del Maestro, dijo que consideraba su deber seguir en Okinawa para atender sus deberes religiosos. Él debía, en cambio, concentrar todos sus esfuerzos en continuar dando a conocer el Karate en Japón. Viendo que no habría forma de convencerla, el Maestro convino, aunque comprendía que ello significaba años de separación de su consorte.
El pintor Hoan Kosugi urgió al Maestro para que escribiera un libro de referencia sobre Karate-Do, pues ni en Tokio ni en Okinawa podía encontrarse alguno. El Maestro entonces escribió a sus mentores, Azato e Itosu, así como a colegas y amigos, para que le enviaran cualquier información que pudiera serle útil para escribir el libro. Luego lo preparó. La Casa Editorial Bukyosha lo publicó en 1922 y fue titulado Ryukyu Kempo: Karate. Eminentes personalidades escribieron palabras introductorias.
Entre ellas pueden citarse: el Marqués Hisamasa, el Almirante Rokuro Yashiro, el Vicealmirante Chosei Ogasawara, el Conde Shimpei Goto, el Teniente General Chiyomatsu Oka, el Almirante Norizaku Kanna, el Profesor Norihiro Toono y Bakumonto Sueyoshi del periódico Okinawa Times. El libro fue hermosamente diseñado por el pintor Hoan Kosugi. El volumen fue muy popular y cuatro años después fue relanzado por la Casa Editorial Kobundo en forma revisada y el título cambiado a Renten Goshin Karate Jutsu (fortaleciendo la voluntad y mejorando las habilidades de Auto-Defensa por medio del Karate Jutsu) El siguiente libro que escribió el Maestro, también diseñado por Hoan Kosugi y versando acerca de los diferentes tipos de kata, fue Karate-Do Kyohan, publicado en 1935.
Uno de los oficiales de las fuerzas armadas que primero reconocieron el valor del Karate fue el Almirante Rokuro Yashiro, quien, muy impresionado por las demostraciones de Karate que presenció, ordenó que todos los oficiales y hombres bajo su mando practicaran Karate. Le dijo a Funakoshi que él mismo, junto con sus hijos y nietos, deseaba aprender Karate, así que aquél convino en visitarlo una vez por semana para darle a todos ellos instrucción en el Arte. Otro oficial notable, también de las fuerzas navales, fue Isamu Takeshita, quien más tarde alcanzó el Grado de Almirante.
Entre los alumnos destacados de Funakoshi hubieron muchos luchadores de Sumo. Por ejemplo, Uichiro Onishiki era un Gran Campeón por aquella época. Algunas veces él traía otros luchadores de Sumo al Dojo de Funakoshi. Como éste era muy pequeño y los luchadores de Sumo al contrario, Funakoshi procuraba demostrar sus katas en el lugar en donde entrenaba Onishiki, en Ryogoku.
Otro luchador de Sumo al que frecuentemente le daba instrucción Funakoshi, fue un campeón de nombre Fukuyanagi, quien muriera a causa de comer un pez globo impropiamente preparado.
Los luchadores de sumo permanecían muy atentos durante las sesiones de Karate. Acostumbraban realizar frecuentes viajes por todo el país, pero tan pronto como regresaban a la capital iban al Dojo de Funakoshi para reportarse. Una vez, recuerda Funakoshi que él y el Gran Campeón Onishiki estaban caminando cerca del puente Ishikiri en Koishikawa, cuando comenzó a llover. Debe de haber sido un espectáculo digno de verse el contemplar al gigantesco luchador de Sumo y al, en comparación, diminuto Funakoshi caminar juntos.
Sucedió que Funakoshi no llevaba paraguas, por lo que Onishiki inmediatamente abrió el suyo sobre sus cabezas, pero como el luchador era considerablemente más alto, aquello no servía de mucho a Funakoshi. Viendo eso, Onishiki insistió en que Funakoshi tomara para sí el paaguas, pronunciando al mismo tiempo las palabras: “Si es usted tan amable”. Al decir esto, envolvió el luchador su propia cabeza con una toalla para manos y continuaron caminando.
Después de su retiro, Onishiki abrió al público un restaurante en Tsukiji al que un día invitó a comer al Maestro. Ofreció a éste un almohadón para sentarse, mientras que él mismo lo hizo directamente frente a él, sobre la paja del suelo, adhiriéndose estrictamente a la etiqueta debida entre Maestro y discípulo. Funakoshi quedó muy impresionado por el fuerte sentido de lo que es correcto del Gran Campeón.
Además de Onishiki y Fukuyanagi, otra media docena de famosos luchadores estudió Karate con Funakoshi y éste aprendió mucho de ellos aún cuando les enseñaba. Llegó a la conclusión de que el objetivo del Karate y del Sumo era el mismo: entrenar para lo superior al cuerpo y al espíritu.
El 1º de febrero de 1935 sobrevino el Gran Terremoto de Kanto, que destruyó casi totalmente a Tokio. La gran capital quedó en ruinas. El Dojo de Funakoshi de Meisei Juku escapó a la destrucción, pero muchos de sus alumnos simplemente se desvanecieron. Junto con aquellos de sus estudiantes que no quedaron mutilados o muertos, el Maestro se ofreció, al mismo tiempo que otros voluntarios, para llevar comida y agua a los sobrevivientes, a limpiar la basura y a llevarse los cuerpos sin vida. Con el pasar de las semanas y los meses, Tokio fue siendo reconstruído y el Maestro mismo se dio cuenta de que su propio Dojo en Meisei Juku necesitaba serias y bastantes reparaciones.
Tenía que buscar otro sitio para que pudiera seguir enseñando a sus alumnos mientras su Dojo era reparado. Sabiendo que Funakoshi se encontraba en la necesidad de encontrar un sitio para seguir enseñando a sus alumnos, Hiromichi Nakayama gran instructor de esgrima japonesa y amigo de Funakoshi, le ofreció su Dojo para que lo usara cuando no hubiera clases. Inicialmente el Maestro rentó una pequeña casa cerca del Dojo de Nakayama, pero pronto fue capaz de rentar otra casa con un gran patio en el que sus alumnos podían entrenar mejor. Pronto, el espacio resultó también inadecuado, pues el número de sus alumnos aumentaba más y más. Desafortunadamente, la situación financiera de Funakoshi no le permitía cambiarse a un lugar mejor.
Fue alrededor del año l935 cuando un comité nacional de personas que apoyaban al Karate solicitaron fondos para erigir un Dojo exclusivamente para practicar el Arte. Funakoshi relata en sus memorias que fue con cierto orgullo que entró por primera vez, en la primavera del año de 1936 al nuevo Dojo situado en Zoshigaya, Distrito de Toshima y vió sobre la puerta un letrero que decía “Shoto-kan”, que significa “Olas de Pinos”. Funakoshi no tenía idea de que sus seguidores hubieran escogido para el nuevo Dojo el seudónimo que él usaba para firmar sus poemas que escribía en chino cuando era joven.
Funakoshi hubiera querido que sus Maestros Azato e Itosu estuvieran presentes en la inauguración del edificio, pero ninguno de ellos se encontraba ya en este mundo, así que se conformó con quemar varillas de incienso en su honor y pensar que ellos le decían, sonrientes: “¡Bravo, Funakoshi, así se hace! Ahora no descanses y sigue hasta que tu misión haya sido completada”.
El lugar de nacimiento del maestro, Shuri, estaba rodeado en aquella época por bosques de pinos y vegetación subtropical entre la que se encontraba el Monte Torao, perteneciente al Barón Chosuke quien, dicho sea de paso, fue uno de los primeros patrocinadores de Funakoshi cuando éste se fue a vivir a Tokio. La palabra Torao significa “La cola del tigre” y se llamaba así, apropiadamente, porque la montaña es muy estrecha y tan espesamente cubierta por árboles, que verdaderamente semeja la cola de un tigre. Tal vez a eso se deba que al Karate Shotokan se le conozca fuera de Japón como “La Casa del Tigre”.
En ese nuevo Dojo “Shotokan”, en Mejiro, se formó una pléyade de alumnos que serían notables después, en los años 50, 60 y 70, dando a conocer el Karate mundialmente, de manera notable en los Estados Unidos y en Europa, sobre todo en Francia: Shigeru Egami, Masatoshi Nakayama, Masutatsu Oyama, Hironori Otsuka, Yoshitaka Funakoshi, Tomasaburo Okano, Hidetaka Nishiyama, Taiji Kase, Hirokaso Nakayama, Tesuhiro Asai, Henri Pleé, Tesuyuki Okazaki, Won Kuk Lee, entre otros.
Todo comienzo tiene un final y éste llegó para el Maestro Funakoshi Gichin en Tokio, el 26 de abril de 1957, a las 8.45 de la mañana, cuando el Maestro contaba con 88 años de edad. Ese día y a esa hora falleció o “cambió de Mundo”, como decían los japoneses antiguos. Me parece que aquí puede aplicarse perfectamente un dicho que se conoce en las Artes Marciales:
LOS GRANDES GUERREROS NO MUEREN, SOLAMENTE SE DESVANECEN.
El funeral del Maestro se llevó a cabo el 10 de mayo de ese año.
Existe en el monasterio Zen de Engaku Ji, en Japón, un monumento a su memoria que lleva la inscripción, síntesis de lo que enseñó el Maestro Funakoshi durante toda su vida y esencia moral del Karate:
KARATE NI SENTE NASHI (EN KARATE NO EXISTE EL PRIMER ATAQUE.)
Fuentes de documentación:
1.- Karate-Do, My Way of Life. Gichin Funakoshi. 2.- Historia de Funakoshi. Wikipedia. 3.- Internet: Funakoshi Gichin, Biografía. Tres Dragones de Occidente.