Por José Antonio Iniesta Navarro
Por allá principios de los 90, aún recuerdo de las primeras veces que mi primer Maestro, Cho Nam Jae, nos enseñaba a hacer combate, cómo una de las cosas en las que incidía era en la guardia de brazos alta y en no dejar jamás las manos demasiado abiertas de forma imprudene.
Lo de las manos lo aprendí rápido de una patada de Bandal directo tan rápida como un relámpago, que ni me di cuenta y que me dejó la mano completamente dormida y dolorida del tremendo golpe.
A continuación me dijo sonriendo:
«¿Duele? Claro. Tú no mano abierta defendiendo. Si mano rota o dedos rotos, se acabó el combate. Ganador el otro».
Desde entonces jamás volví a dejar los puños abiertos a merced del oponente a no ser que usara una defensa intencionadamente abierta de brazos para provocar un ataque y responder con su respectiva contra.
Con este recuerdo imborrable en mi mente de lo que yo entendía que era lo correcto, luego veo este tipo de imágenes de los combates deportivos actuales en los que en gran cantidad de ocasiones los brazos y las manos parecen una suerte de extremidades inanimadas que revolotean erráticamente en el aire de un lado a otro como si estorbaran a los competidores y me pregunto qué ha pasado por el camino para llegar a esto.
En fin, reflexiones de un Anacoreta del Taekwondo, al que no debe hacérsele mucho caso.
Feliz día y feliz vida.