Por Bran Rowan
Un ronin (literalmente “hombre ola”, un hombre errante como una ola en el mar) era un samurái sin amo durante el período feudal de Japón, entre 1185 y 1868. Un samurái podía no tener amo debido a la ruina o la caída de éste, o porque perdía su favor. A comienzos del siglo XVIII, el Japón feudal se convirtió en un país un tanto inestable. Si bien el emperador era su máximo mandatario, contaban las malas lenguas que el poder residía en el shogun Tokugawa Tsunayoshi, quien manejaba desde las sombras los hilos del país.
Este shogun (señor feudal) actuaba siempre con mucha cautela, ya que sabía que tenía que mantener contento al emperador, por lo que le rendía pleitesía cada año nuevo enviándole regalos y emisarios. Tanto es así, que nombró a dos señores (daimios) de su confianza: Asano, señor del castillo de Ako y el Señor Kira Yoshinaka, maestro de protocolo de la corte. Pero la personalidad de ambos señores era totalmente diferente, por lo que chocaban bastante. Mientras Kira esperaba una fuerte compensación económica a cambio de sus servicios, para Asano no procedía tal hecho, pues sus servicios debían entenderse como un deber para con el Shogun Tokugawa.
Con el paso del tiempo, la rivalidad y la enemistad entre ambos fue creciendo hasta explotar del todo un día de abril del año 1701, cuando Kira insultó a Asano públicamente, instándole a desenvainar su espada. Asano respondió blandiendo su katana en contra de su agresor e hiriéndolo en el rostro, por lo que fue encarcelado. Dicho acto estaba terminantemente prohibido y penado con la muerte. Pese a las súplicas de sus hombres y los testimonios que culpaban de los hechos al mezquino Kira, Asano fue condenado a morir, infligiéndose el seppuku o hara-kiri: último honor reservado a todo samurái o daimio sentenciado a muerte.
Asano, el joven amo del señorío de Ako, acató el veredicto sin protestas, practicándose el doloroso ritual de inmediato. Su viuda se exilió al Templo de Sengaku-ji, en Edo, mientras su castillo y sus tierras eran expropiados por el shogun, dejando a los samuráis a su servicio, que llevaban décadas con la familia Asano, convertidos en Ronin.
La venganza de los Ronin
Fue el samurái principal del castillo de Ako, Oishi Kuranosuke, quien reunió a su alrededor -y en secreto- a los más fieles servidores de su difunto señor, conjurándose para vengarle y hacer justicia, ya que Kira había sido exonerado de cualquier culpa por el consejo del shogun.
Para que nadie sospechara, Kuranosuke se hizo pasar por un borracho y un vagabundo. Abandonó a su familia, a sus amigos y todo lo que poseía, manchando su nombre y el de su familia, una situación que constituía una de las mayores desgracias que le podía ocurrir a un samurái. Cada día suponía un sufrimiento atroz para su familia y amigos al observarlo convertido en un ladrón, buscando pelea o, incluso, presumiendo de mujeriego.
Veintidós meses de penalidades pasó en este estado, tan solo para que no hubiera ni la más mínima sospecha de venganza. El resto de samuráis a servicio del difunto Asano actuó de idéntica manera: para el resto del mundo no se podía caer más bajo, pero en el fondo de sus corazones sabían que todo aquello tenía una finalidad concreta.
Inesperadamente, una noche de invierno, tras dos años de penalidades y cuando ya nadie sospechaba lo más mínimo de estos vagabundos, se alzaron en armas contra el malvado Kira. Los Ronin sabían perfectamente que el único destino que les aguardaba, en el caso de conseguir la victoria, era la muerte: todos ellos serían condenados a su vez a practicarse el hara-kiri.
Pese a ello, el 30 de enero de 1703, los 47 samuráis, penetraron en la mansión del antiguo maestro de ceremonias, Kira Yoshinaka, y se enfrentaron a más de 200 enemigos.
Tras innumerables combates lograron localizar al propio Kira y consumaron su victoria, decapitándolo en el acto. Seguidamente, llevaron su “trofeo” a la tumba de su señor donde la depositaron como ofrenda: por fin habían conseguido su venganza. Todo el sacrificio había merecido la pena, al fin sus familias entenderían el por qué se habían apartado de ellas y habían mancillado su honor.
Finalmente, todos los Ronin se entregaron al emperador y acataron la sentencia con honor. Todos fueron condenados a practicarse el Seppuku excepto el más joven de ellos, que fue perdonado.
El 20 de marzo de 1703, los 46 ronin condenados se hicieron el seppuku, siendo enterrados frente a la tumba de su señor, en el Templo de Sengaku-ji. Años después, gracias a su sacrificio, el nombre de la casa de Asano sería restaurado y su honor restablecido. Terminaba así el sangriento episodio conocido por los historiadores como Incidente de Ako o Incidente Genroku (aludiendo este último nombre a la Era del calendario japonés en que tuvieran lugar los hechos).
La historia terminaba, pero la leyenda no había hecho más que empezar…